Abrió los ojos de repente, casi sin pensarlo. La luz era tenue y le golpeaba como dos pequeños martillos, pero aún así no le impedía ver. Tuvo que unir todas sus fuerzas para levantarse, llegar hasta el baño y observar en el espejo las arrugas que la vejez le obsequiaba. De todas maneras, ese semblante de paz era como el de un sabio griego.
Conforme pasó el tiempo, y pudo dejar de usar el bastón, comenzó a recordar todas aquellas cosas que siempre había deseado hacer, pero hasta ahora su debilitado físico no le había permitido. Salía a caminar, paseaba por la plaza de la ciudad, el parque, el centro, las peatonales. Charlaba con algún vecino y comenzaba a sentirle el gusto a aquellas meriendas a media tarde cuando el clima era el justo.
Los años fueron llegando, la fuerza y la vitalidad le llegaron de golpe y su independencia fue esa llave al mundo que siempre había esperado y deseado tanto. Trabajar para ganarse su propio pan ya no era una utopía, y se sentía cada vez más útil, y por ello más feliz.
Mientras se acercaba a la juventud, conforme los años seguían pasando, y terminaba de cumplir su vida laboral, se dedicó su tiempo para elegir su carrera universitaria. Estudiar, enriquecerse, conocer más y madurar todo eso que había vivido ya.
Con la vida más descontracturada, sin tantas presiones, pensando solamente en disfrutar de cada día, se dedicó a sí mismo. En su mejor momento físico, pudo conocer esos lugares que toda su vida había planeado visitar: escaló, navegó, voló y exploró, desde el más alto de los montes hasta la más profunda de las cuevas.
Se enamoró fugazmente, gozó con relaciones largas y no tanto, explotó con la pasión a flor de piel y se dejó llevar por las hormonas, más florecientes que nunca.
Con una vida completa, sin reproches, con obligaciones y deberes cumplidos, con derechos reclamados, placeres gozados y experiencias como para llenar una biblioteca, se dejó abrazar por esos brazos maternales que lo contuvieron, que lo mimaron, que le dieron de nuevo esa paz y descanso que hace tanto no sentía. Encontró a su único y verdadero amor, la tranquilidad.
Volvió a ese vientre donde fue deshaciéndose en una profunda calma, hasta que la vida "se apaga en un tremendo orgasmo...".
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Una mezcla de leer a Quino y escuchar a Dolina al mismo tiempo. Uno con su carta de "La Vida al revés" y al otro con "La murga del tiempo". Me fui en delirio, je.
Conforme pasó el tiempo, y pudo dejar de usar el bastón, comenzó a recordar todas aquellas cosas que siempre había deseado hacer, pero hasta ahora su debilitado físico no le había permitido. Salía a caminar, paseaba por la plaza de la ciudad, el parque, el centro, las peatonales. Charlaba con algún vecino y comenzaba a sentirle el gusto a aquellas meriendas a media tarde cuando el clima era el justo.
Los años fueron llegando, la fuerza y la vitalidad le llegaron de golpe y su independencia fue esa llave al mundo que siempre había esperado y deseado tanto. Trabajar para ganarse su propio pan ya no era una utopía, y se sentía cada vez más útil, y por ello más feliz.
Mientras se acercaba a la juventud, conforme los años seguían pasando, y terminaba de cumplir su vida laboral, se dedicó su tiempo para elegir su carrera universitaria. Estudiar, enriquecerse, conocer más y madurar todo eso que había vivido ya.
Con la vida más descontracturada, sin tantas presiones, pensando solamente en disfrutar de cada día, se dedicó a sí mismo. En su mejor momento físico, pudo conocer esos lugares que toda su vida había planeado visitar: escaló, navegó, voló y exploró, desde el más alto de los montes hasta la más profunda de las cuevas.
Se enamoró fugazmente, gozó con relaciones largas y no tanto, explotó con la pasión a flor de piel y se dejó llevar por las hormonas, más florecientes que nunca.
Con una vida completa, sin reproches, con obligaciones y deberes cumplidos, con derechos reclamados, placeres gozados y experiencias como para llenar una biblioteca, se dejó abrazar por esos brazos maternales que lo contuvieron, que lo mimaron, que le dieron de nuevo esa paz y descanso que hace tanto no sentía. Encontró a su único y verdadero amor, la tranquilidad.
Volvió a ese vientre donde fue deshaciéndose en una profunda calma, hasta que la vida "se apaga en un tremendo orgasmo...".
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Una mezcla de leer a Quino y escuchar a Dolina al mismo tiempo. Uno con su carta de "La Vida al revés" y al otro con "La murga del tiempo". Me fui en delirio, je.