Darse cuenta que lo que uno pensaba, no es así. La decepción debe ser de las sensaciones más crueles y dolorosas que existen, pero también las más evitables. Aunque no parezca. Porque los principales culpables de esperar demasiado de algo o alguien somos nosotros.
A veces, es muy fuerte. Las ilusiones que nos genera alguna situación o persona determinada hace que en nuestro pequeño motor razonador se generen miles de pensamientos que nos hacen creer que estamos ante algo espectacular. Nos sentimos notablemente eufóricos a veces, o por lo menos más felices o complacidos, otras tantas.
Luego, algo nos hace ver la realidad. Nos hace ver las desventajas de ese algo que nos inspira, o (irónicamente) el lado humano (y por ello imperfecto, aunque no menos hermoso, aunque no lo notemos) de esa persona. Y ahí es donde viene la presión en el pecho, la desazón, el malestar general. A veces nos sentimos tristes, a veces irritados. Pero siempre tiene algún efecto en nosotros.
Cabe preguntarse entonces... ¿es posible evitar tanto mal? No. Al menos me parece que no. Somos humanos. Somos impredecibles. No somos exactos. Todo y todos nos afectan de manera diferente. Las relaciones interpersonales son lo más complicado del mundo, y por eso tratar de resumir un sentimiento y sus características principales en un par de párrafos roza lo estúpido. ¿Por qué lo hago yo, entonces? Porque mi tarea es delirar, caminando en una línea muy fina que bordea lo lógico con lo pasional. Lo tangible con lo abstracto. Lo que sea.
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