sábado, 17 de febrero de 2007

Domando a la inquieta razón...

Con frecuencia despierta en el grupo de amigos la ya trillada discusión sobre la religión. El origen de la vida, la existencia de Dios, la vida después de la muerte. Es innegable que constituye una temática de argumentos inacabables y que es literalmente imposible llegar a una conclusión completamente definitiva, y menos en un grupo en el que las experiencias de vida, las situaciones sociales, económicas y familiares, hacen de cada persona un mundo. Sin embargo, siempre resulta enriquecedor conocer posturas diferentes que ayuden a reconsiderar aspectos de nuestra propia vida.

Dicho todo esto, también me parece necesario destacar que es utópico imaginar que la postura personal sobre un tema de esta índole no se modifique con el correr del tiempo. Por esa misma razón, asiento en esta nota algunas ideas, con el fin de verlas más adelante en mi vida, y buscar en mi alguna evolución, revolución o incluso involución.

Comenzando a buscar componentes que integren el concepto general de toda la discusión, la Iglesia es quizás el más destacado y el que más análisis humano permite, ya que es, justamente, la representación terrenal de todo lo que significa, en este caso, la religión Católica, Apostólica y Romana. Desde una postura completamente personal y quizás (lo admito) algo extremista, adhiero a que se puede encontrar en dicha institución al negocio más cruel y próspero de la historia de la humanidad. También puede ser demasiado, pero quizás al día de hoy ya no queden (excepto contadas excepciones) representaciones de la Iglesia como institución mundial que busquen algo más allá de la propia remuneración por la redención supuesta de una humanidad cada vez más desorientada.

Por otra parte, el adoctrinamiento producido por esta y (desde hace un tiempo a esta parte) una centena de nuevas seudo-religiones, se asemejan más a la alienación mencionada por Marx en sus tratados sociológicos que a una ayuda meramente espiritual o una búsqueda de la fe. Pero esto me lleva a contemplar otra idea, la del nivel de utilidad de estos procesos sociales que vemos a diario en congregaciones religiosas. Dentro de la psicología de cada persona, podemos encontrar diversas maneras de llegar al mismo puerto, como la tranquilidad interior, o la capacidad de reflexión objetiva. Desde ese eje, si podemos tener en cuenta que para algunos, la forma de realizarse mental o espiritualmente sea mediante la búsqueda de algo más allá de lo tangible o “real”, en un sentido estrictamente físico de la palabra.

Desde ese punto de vista, la religión en si misma puede constituir (en una visión completamente incrédula y extremadamente material) un simple proceso social y psicológico que se torna completamente necesario para el ser humano, ya sea por su existencia o abstinencia, para encontrar un significado a nuestra presencia en el mundo, un complejo que el hombre arrastra desde que desarrolló la capacidad de razonar. Así, una persona se puede definir a sí misma por su creencia en la existencia de uno o varios seres superiores, o bien por la ausencia de ellos. Pero siempre apuntando a un objetivo: caracterizarnos internamente para poder presentarnos de una manera ante el grupo social al que pertenecemos, definidos en una posición u otra.

Sin contar al aspecto social, también se puede tomar como una necesidad propia del ser humano para satisfacer esa sed natural de explicar lo desconocido, de encontrar la razón a lo misterioso. En ese aspecto, la religión no difiere demasiado de la ciencia, aunque busquen respuestas diferentes a los mismos interrogantes y de manera distinta.

Como terapia personal para simplemente buscar la paz interior, el culto religioso también cuenta. Lo que una persona puede lograr con música, con distracciones lúdicas, con aficiones literarias, otros lo logran con el diálogo hacia una divinidad determinada, algo muy común en sociedades rurales o primitivas, sobre todo.

Cuando la capacidad de razonamiento y expansión escrita me lo permita, seguiré con el divague. Hasta otra...

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