El motivo de este experimento en la vida real se debe a que están interesados en estudiar las influencias del entorno, el ambiente, los familiares, el perro, y el oso de peluche del nene en el desarrollo de su habla.
Para llevar a cabo esta ideota, nuestro amigo sacudió la varita mágica del presupuesto del instituto, y se cansó de poner cámaras y micrófonos por toda la casa. De esta forma, el nene (y quien esté en la casa) estará vigilado, de 8 de la mañana a 22. ¿Gran Hermano? Un poroto al lado de estos pibes.
(Foto: Deb Roy MIT)
Eso sí: si decís algo indebido, se te escapa una emanación no-agradable, o cualquier situación que quieras evitar quede garaba en la gigantesca memoria de la base de datos que se utilizará, existe el botón “Oops“. Con esto, se borran los últimos segundos de grabación, pero no podrás evitar que si alguien estuvo mirando justo en ese momento se ría un buen rato.
Y para el que planee quejarse porque no le gusta que se viole de esta manera la privacidad del infante, ya es tarde. El nene nació hace casi un año ya, y el experimento va viento en popa.
El Mundo, dirario español, publicó:
"Cerca de 400.000 horas de material grabado serán más que suficientes. Tras ello,
el equipo de Roy pretende desarrollar un modelo computacional que describa el modo en el que un bebé asimiló el lenguaje hasta hacerlo propio."
La realidad puede superar a la ficción tranquilamente, y acá tenemos otro ejemplo más de este postulado.
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