De todas maneras, y sin querer sustituir al estimado Profe, he llegado a la conclusión -super importante y vital para nuestra vida cotidiana y a la forma en que entendemos nuestras relaciones sociales de interacción humana (¿?)- en que la violencia o pasividad, el énfasis o el desinterés, las ganas o no con que se apaga un cigarrillo, son completamente determinantes de la personalidad de quien ha terminado de fumar.
Vamos a lo importante. Hay por un lado gente nerviosa, apurada, de esa que suele llevarse al mundo (literalmente) por delante. Y es la que nunca, jamás, pudo apagar un cigarrillo adecuadamente. Si se fijan, primero viene un golpeteo de la colilla contra el cenicero, saltan algunas pequeñas chispitas, y el cigarrillo parece morir violentamente. Pero dentro de ese frenético descargo, el cigarrillo queda humeando, ya que nunca se apagó. Hagan la prueba, miren a quien apaga el pucho de esa forma, y noten que el 90% de las veces, si no más, tienen que rescatarlo del medio de las cenizas para apagarlo por segunda vez.
Por otro lado, están los contrarios. Esos que comienzan a apretar la brasa con tal delicadeza que parece que tuviesen algún sentimiento con ella. El cigarrillo muere suavemente, no hay ni un poquito de desparramo de cenizas y el humo se extingue casi de inmediato.Una prueba cabal de este tipo de gente: la colilla no se deforma cuando el cáncer empaquetado ya está apagado del todo, fruto de esa pasividad para extinguir uno más del paquete.
Por último (no porque no haya más tipo de apagadores de puchos, sino porque se haría muy largo), están los que no lo apagan, sino que dejan que se extinga. Los guitarreros que ven morir el filtro entre sus dedos mientras terminan esa última estrofa de la canción, los estudiantes que por terminar de leer esa unidad tan difícil lo colgaron del cenicero y lo olvidaron, los que laburan y lo agarran cada tanto, los que lo dejan al lado de la computadora y se cuelgan escribiendo estupideces...
...ya vuelvo.