Día a día nos bombardean (sí, a nosotros también) con nueva información, con datos, números, estadísticas, opiniones fundadas e infundadas, pánico verdadero y del implantado, de todo un poco, sobre cada situación límite vivida en los países de Medio Oriente, o de cualquier nación que no tenga un régimen occidentalista (o que lo haya tenido, pero se le haya vuelto en contra a los que mandan).
Pero después de todo esto, no nos llega ni un mísero proyectil sobre otra revolución. Una sin violencia. Una que mueve los cimientos institucionales de la democracia misma y sale andando mejor que cualquier otro cambio de poder que hayamos visto.
La tan mentada crisis mundial que vino después de la quiebra de Lehman Brothers, trajo muchísimas consecuencias. Para países grandes y chicos. Y sobre todo para estos últimos. Islandia entro en bancarrota en el año 2008, nacionalizando sus tres bancos más importantes, el Landsbanki, el Kaupthing y el Glitnir, quienes tenían entre sus clientes mayormente a ingleses y estadounidenses. El Gobierno entro en el capital, la moneda se desplomó, y el FMI y los países vecinos comenzaban a inyectar capitales para paliar la situación, y de paso condenar a Islandia a una buena cadena de intereses eternos (los argentinos sabemos de qué se trata).
Con todo esto en mente, comenzaron a realizarse protestas pacíficas de ciudadanos que resultaron masivas, y que dieron con la renuncia no sólo del Primer Misnitro Geir H. Haarden, sino con la de todo su Gabinete, en manada. Y como si fuera poco, luego de un referéndum negativo al pago de los acreedores (el No ganó con un tremendo 93%), se comenzó la reformulación de su Constitución (que estaba casi copiada textualmente de otras de países nórdicos cercanos como Dinamarca), y hoy por hoy el Gobierno está conformado por una alianza (de verdad, no como las de acá) entre sociales-demócratas y una izquierda moderna.
Todo esto es un gran caso para estudiar y debatir días y días sobre cómo los cambios civiles e institucionales se pueden dar de diferentes modos, pero me parece que hay un tema que llama aún más la atención: ¿Cómo puede ser que a todos los medios internacionales y agencias de noticias se les haya escapado este pequeño suceso?
En El Imparcial, le preguntaron al Profesor Jaime Pastor -analista político y profesor de en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)-, sobre el tema. “Los grandes Ejecutivos europeos, como el alemán, el británico o el francés, temen el contagio y por ello propician el silencio”, sostiene el catedrático. Y es bastante creíble, dado que nos han privado de una información que se propagó solamente por la libertad de Internet para difundir.
En un mundo en el que el miedo es la principal herramienta de control y dominación vertical, es lógico que los temas de la agenda mediática se refieran al apocalipsis que se desatará en Fukushima, a las bombas atómicas de Irán, a la Guerra Santa en Medio Oriente, a las caídas de Gobiernos por una revolución violenta, a Egipto, a Libia. Ojalá podamos analizar esos hechos, igualmente importantes, con la seriedad y cautela que se merecen, pero sin dejarnos enceguecer por la cortina que nos imponen empresas que operan contra nuestro bienestar.
Más información en: El Imparcial y El Confidencial.